¿La democracia mexicana está muriendo?

Adrián Valencia

En su libro “Cómo mueren las democracias”, los politólogos y profesores de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, sostienen que estos modelos de gobierno, que atraviesan una crisis en todo el mundo por diferentes factores, ya no terminan con un simple “bang”, es decir con una revolución o un golpe militar. Ahora, dicen, las democracias mueren bajo un lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales, el sistema jurídico y los poderes fácticos como la prensa.

Por otro lado, Guadalupe Loaeza, quien ha estudiado a fondo la transición del régimen autoritario mexicano hacia la democracia electoral, sostiene que es la ausencia de un equilibrio parlamentario lo que abre la puerta al debilitamiento de este sistema político, para dar paso a un populismo nacionalista que ha cobrado auge en el pleno siglo XXI.

Traigo esto a colación por dos momentos que han vestido el arranque del sexenio de Claudia Sheinbaum y que parecen apuntar en esa dirección: la aprobación de la reforma judicial y la respuesta de la titular del Ejecutivo, ante la orden de una jueza de retirar del Diario Oficial de la Federación (DOF) dicho ordenamiento. Por un lado, la aplanadora del oficialismo en el Congreso y por el otro, el tufo autoritario y el desacato de quien encabeza uno de los tres poderes de la Unión.

Desde el sexenio anterior, con López Obrador al frente del Poder Ejecutivo, comenzaron a sentarse las bases de un nuevo régimen político. El tabasqueño dedicó gran parte de su administración y de su tiempo, a desmantelar todo lo que él consideró parte de ese modelo democrático que dio vida a los partidos de oposición, al equilibrio de poderes y a la pluralidad política. Bajo ese modelo, recordemos, se aprobó el llamado Pacto por México, que incluyó una serie de reformas estructurales que AMLO desarticuló al llegar a la Presidencia.

Con López Obrador vino también el acoso permanente a la prensa y al Poder Judicial, así como la ampliación del asistencialismo para ganar adeptos a su partido. Morena se convirtió, con Andrés Manuel, en el nuevo partido hegemónico, con tres de cada cuatro gubernaturas bajo su dominio y con amplia presencia en los Congresos Locales, Cámara de Diputados y Senado de la República. La joven democracia, con apenas algunos sexenios de vida, nuevamente entró en una curva de grave debilitamiento.

La eliminación de fideicomisos que financiaban asociaciones civiles, la desarticulación de diversos organismos autónomos y el control de otros, con perfiles a modo (como la Comisión Nacional de Derechos Humanos), así como el empoderamiento de las Fuerzas Armadas con toda clase de prebendas; son precisamente los cimientos bajos los cuales Claudia Sheinbaum arribó al poder, con una fuerza como ningún presidente tenía desde hace más o menos cuarenta años.

La aprobación de la reforma judicial, un tema de tal envergadura; bajo un proceso parlamentario sin debate, con imposiciones y con toda clase de artimañas, fue el primer momento clave del nuevo estilo de gobernar. Pero hoy, la respuesta de la Presidenta deja claro algo: en nuestro país el equilibrio de poderes ha comenzado a diluirse. Son pocos quienes se atreven a cuestionar las formas y excesos de la Presidencia. Y quien lo haga, como lo hizo la jueza Nancy Juárez, se enfrentará a la persecución desde el púlpito más alto del poder, incluso desobedeciendo la ley.

Si esas formas no son un síntoma de que el debilitamiento gradual y sostenido de la democracia moderna mexicana continúa, entonces ¿qué lo será?, ¿hasta dónde tenemos que llegar para confirmar que nuestro país ha entrado en un régimen autoritario y populista?, lo dejo para la reflexión.

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