A Opinión del 27/5/25

Gas Bienestar es un fracaso costoso: ineficiente, subsidiado y limitado, refleja la incapacidad del Estado para operar empresas productivas.

Gas Bienestar: otro costoso experimento del gobierno federal

Por más que lo deseemos, la historia no se reinventa por decreto. En México, los experimentos gubernamentales para operar empresas productivas han fracasado una y otra vez. Y sin embargo, cada cierto tiempo, algún gobierno pretende convencernos de que esta vez será distinto. Que ahora sí el Estado podrá competir, administrar, y rendir cuentas mejor que el mercado. Pero los hechos, como siempre, terminan por imponerse.

Hoy es el turno de Gas Bienestar, una empresa paraestatal que, a cuatro años de su creación, ha demostrado que no era ni viable, ni necesaria, ni funcional. Con ingresos a la baja, costos desbordados y cero pesos de utilidad, lo único que sostiene su precaria existencia son los subsidios millonarios provenientes del erario. Es decir: de los impuestos que pagamos todos.

Este proyecto, anunciado con bombo y platillo en 2021 por el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador, prometía revolucionar el mercado del gas LP, combatir el “abuso” de distribuidores privados y ofrecer un precio justo a los consumidores. Hoy, ya en otro sexenio, la empresa no solo no se expandió a nivel nacional, sino que se quedó estancada en unas cuantas alcaldías de la Ciudad de México, y ni siquiera ahí ha logrado operar con eficiencia ni seguridad.

Lo peor es que no estamos ante una sorpresa. México ya ha vivido esto antes, y no aprendimos. En los años 50, 70 y 80, el Estado creó y mantuvo decenas de empresas paraestatales que, sin excepción, terminaron convertidas en elefantes blancos, drenando recursos públicos y sin capacidad alguna para generar valor. Al final, muchas fueron vendidas, cerradas o quebradas. No alcanzaba entonces y no alcanza ahora. El marco institucional, la cultura administrativa, la rendición de cuentas y la eficiencia operativa del gobierno mexicano no están diseñados ni preparados para emprender negocios.

Gas Bienestar es solo un síntoma más de un problema de fondo: un gobierno federal que insiste en reinventar el hilo negro en lugar de fortalecer sus verdaderas funciones—educación, salud, seguridad, justicia—y que pierde tiempo y dinero en aventuras empresariales que no le competen.

Hoy los resultados están a la vista: ingresos desplomados, tanques defectuosos, accidentes fatales, una creciente deuda de Pemex para sostener la ilusión, y una amenaza de paro nacional por parte de los gaseros, que ven con razón a Gas Bienestar como un actor distorsivo, ineficiente y subsidiado artificialmente. El daño no es sólo económico, sino también social: se polariza al país, se generan conflictos, y se debilita la confianza ciudadana en las instituciones.

Ya basta de pretender que el gobierno puede ser empresario. Ya lo intentamos. Ya fallamos. Lo sensato ahora es reconocer los errores, dejar de alimentar experimentos fallidos y centrarse en gobernar, no en competir. El verdadero bienestar no nace de empresas públicas quebradas, sino de un Estado eficaz que pone su atención en lo esencial. Y eso, lamentablemente, sigue pendiente.

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