A Opinión del 21/11/25

La ficción nunca alcanza a la realidad

Hay historias que llegan envueltas en una tristeza tan honda que, al escucharlas, uno pensaría que se trata del argumento de una película dramática. Y sin embargo, ocurrió aquí, en la vida real, con nombres, sueños y planes verdaderos. La historia de Cristina Calvillo y Julián García me llamó particularmente la atención porque tiene todos los elementos de un guion cinematográfico —amor, aventura, naturaleza, peligro—, pero sin la posibilidad de un final alternativo. Una vez más, la realidad nos recuerda que la ficción nunca logrará alcanzarla.

Cristina, de 36 años, y Julián, de 37, eran dos médicos mexicanos, novios desde hace años, originarios de Michoacán pero con su vida profesional construida en Aguascalientes. Habían decidido cumplir lo que su familia describe como “el viaje de sus sueños”: diez días recorriendo Sudamérica, primero Argentina y luego Chile. En ese país quedó grabado el último recuerdo que compartieron con sus seres queridos: “les encantó el paisaje”, diría después la madre de uno de ellos. Una frase que duele, porque uno puede imaginar perfectamente esa mezcla de asombro, libertad y emoción ante un sitio tan majestuoso como el Parque Nacional Torres del Paine.

Ese parque, uno de los más visitados en Chile, es famoso por su belleza salvaje: lagos turquesa, picos imponentes y senderos que parecen diseñados para descubrir la grandeza del mundo. Pero también es un territorio donde la naturaleza manda, y donde una tormenta de nieve puede aparecer sin previo aviso. Eso fue lo que atrapó a Cristina y a Julián. Una ráfaga brutal de clima extremo que no aparece en los folletos turísticos y que convirtió su excursión en una tragedia.

La Cancillería mexicana confirmó después lo ocurrido: los dos jóvenes médicos fallecieron en la estepa patagónica mientras hacían senderismo. En cuanto las autoridades chilenas dieron la información, la Embajada de México en Santiago intervino para brindar asistencia y mantener contacto con las familias. Condolencias, gestiones, acompañamiento institucional… todo lo administrativo que viene después, cuando ya no queda forma de revertir lo irreparable.

Más allá de los comunicados y del protocolo diplomático, queda la reflexión. ¿Cómo enfrentarse a historias como ésta? ¿Cómo asimilar que dos personas que dedicaron su vida a salvar otras hayan perdido la suya en un viaje que representaba felicidad, descanso y futuro? Es imposible no pensar que ningún director de cine podría crear una trama tan dolorosa y tan humana como la que escribió el destino para ellos. Ninguna ficción, por más elaborada, alcanza la fuerza de una realidad que se impone con tanta crudeza.

Y quizá por eso duelen más estas narraciones: porque nos confrontan con la fragilidad de nuestros planes, incluso los más hermosos. Porque nos obligan a entender que los sueños —como los paisajes que admiraron Cristina y Julián— también pueden cambiar de un instante a otro. Y porque, al final, la vida sigue siendo la mejor narradora de historias… y, lamentablemente, también la más implacable.