Jesús María: Verde, polvo y una puerta que nunca debió abrirse

El R8 narra el operativo sabatino en Jesús María: drogas aseguradas, tres detenidos y una cita rechazada por deber.

Aquel sábado olía a tierra mojada y a mentiras cocinadas a fuego lento. Me llamo R8, detective privado. No me gustan los casos fáciles ni las mujeres que llaman por capricho. Pero ese día, mientras la señora Hernández me ofrecía un café y una escapada a la plaza, yo tenía la cabeza hundida en papeles, llamadas, y un presentimiento que no me dejaba dormir. Le dije que no podía —el trabajo me tenía amarrado al escritorio como reo con cadena corta. Y con justa razón.


Las piezas comenzaron a encajar gracias a un soplo que me llegó de un viejo contacto en la Fiscalía. Algo no cuadraba en San Miguelito, una comunidad de Jesús María donde el silencio pesa más que el concreto. La Policía de Investigación Criminal llevaba tiempo husmeando, pero esta vez, el golpe fue certero.


En un domicilio sin número visible, con la pintura pelada y un perro flaco custodiando la entrada, cayó el telón. Un operativo limpio, quirúrgico. Tres sujetos: José N, Jorge N y Juan N, atrapados entre paquetes y humo seco. Nada de dramatismos. Solo miradas de piedra y una mesa llena de envoltorios: 32 de cristal, 40 de mota, y una planta completa que parecía recién desenterrada de algún cerro olvidado.


El lugar era un centro de distribución —callado, eficiente, letal. Cada bolsita era una promesa rota, un cuerpo más que iría apagándose en la penumbra de la adicción. No era la primera vez que veía algo así, pero siempre jode. Siempre.


Mientras la Fiscalía celebraba el operativo como un triunfo contra el narcomenudeo, yo pensaba en lo que había detrás: rutas, nombres que no salieron en el parte, y un vecindario que hace años dejó de confiar en las patrullas.


A veces me pregunto si decirle que sí a la señora Hernández habría cambiado algo. Tal vez no. Tal vez el crimen no se toma descansos, ni permite cenas tranquilas. En este juego de sombras, uno siempre elige entre vivir o mirar cómo se pudre la ciudad desde la trinchera del deber.
Y yo, el R8, hace tiempo elegí mirar. Porque alguien tiene que hacerlo.

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