El corazón en la Feria
Natalia y Alfonso se reencuentran en la Feria de San Marcos tras un año, sellando su amor con girasoles.

Natalia vivía en Aguascalientes desde siempre. Era de esas mujeres que llevan la primavera en la sonrisa y la nostalgia en la mirada. Trabajaba en una librería del centro, justo frente al Jardín de San Marcos, y cada año, cuando llegaba la Feria, algo dentro de ella se encendía. Era una mezcla de emoción y melancolía, como si supiera que algo estaba por pasar… o tal vez por repetirse.
Una tarde de abril, entre el bullicio de los voladores de Papantla, los gritos de los juegos mecánicos y el aroma irresistible de gorditas de horno, apareció Alfonso. Venía de Guanajuato, arrastrado por unos amigos que querían “echar relajo” y perderse entre el ruido. Él, sin embargo, buscaba otra cosa. No lo sabía aún, pero buscaba a Natalia.
Se encontraron por casualidad —o por destino— en una exposición de arte popular. Él miraba una catrina de cartonería, ella leía en voz baja el letrero de la pieza. Sus ojos se cruzaron como si fueran páginas de un mismo libro, y desde entonces no se dejaron de ver. Caminaron por los callejones del barrio de San Marcos, compartieron un agua de guayaba, se contaron historias como si se conocieran de otra vida.
Pero la Feria, como la vida, es efímera. Y con el último desfile de primavera, Alfonso tuvo que regresar a su ciudad. Prometió volver, ella prometió esperarlo.
Los meses pasaron. Las videollamadas se volvieron rutina, y los mensajes largos se hicieron breves. Alfonso intentó buscar trabajo en Aguascalientes, pero no era fácil. Natalia, aunque fuerte, empezaba a sentir que aquella historia mágica quizás no sobreviviría al tiempo.
Hasta que un día, justo un año después, volvió la Feria. Natalia caminaba sola entre los puestos, con una mezcla de esperanza y resignación. Volvió a la misma exposición del año anterior, tal vez para recordar, tal vez para cerrar el capítulo.
Y ahí estaba Alfonso.
Con un ramo de girasoles —los favoritos de Natalia— y una sonrisa que ya no era de promesa, sino de certeza. Había conseguido trasladarse por fin a Aguascalientes, dejar atrás el miedo, los peros, las distancias.
“Esta vez no vengo de visita”, le dijo, tomándola de las manos.
Y en medio del bullicio, las luces y los mariachis, Natalia supo que el amor, como la Feria, puede tener magia… pero también raíces.