A Opinión del 28/5/25

Morena predica austeridad, pero sus líderes exhiben lujos y son señalados por actos cuestionables, mostrando una profunda incongruencia política.

El doble discurso de la austeridad: una mansión de 4.8 millones y la narrativa morenista

Entiendo, como muchos ciudadanos, que un empresario exitoso pueda tener casas lujosas, incluso en los vecindarios más exclusivos de Estados Unidos. En un país que promueve —al menos en papel— la libre empresa, no hay delito alguno en que alguien con visión de negocios adquiera propiedades millonarias. Lo que no se entiende, lo que no se puede digerir, es el doble discurso con el que se conduce la clase política que hoy predica la austeridad desde el púlpito de la llamada “Cuarta Transformación”.

Esta semana, Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad reveló que el coordinador de Comunicación de Morena en la Cámara de Diputados, Arturo Ávila, es dueño de una casa en Rancho Santa Fe, California, con un valor de 4.8 millones de dólares. Una cifra que para la mayoría de sus electores ni siquiera existe en su horizonte de vida. Una casa que difícilmente podrán conocer, menos aún habitar, quienes votaron por un proyecto que se vendió con la promesa de acabar con los privilegios.

Y aquí es donde todo se fractura: el problema no es que Arturo Ávila tenga una mansión, sino que sea él quien funja como vocero de un partido que se dice distinto, austero, del pueblo y para el pueblo. No es congruente que mientras Morena exige apretarse el cinturón a todos los niveles de gobierno, su vocero luzca un cinturón de diseñador, con casa en dólares y excusas a la carta. No se trata de perseguir el éxito personal, se trata de no disfrazarlo de lucha social.

Porque no basta con decir que la casa está declarada y es pública. Lo que los ciudadanos exigen es coherencia. ¿Cómo creerle a un diputado que dice defender la causa del pueblo cuando su estilo de vida está a años luz del que vive ese mismo pueblo? ¿Cómo aceptar sin escozor que alguien que representa una voz institucional del Congreso federal viva como magnate en el extranjero y aún tenga el cinismo de burlarse de quienes lo cuestionan?

Es preocupante también el tono sarcástico con el que el propio Ávila responde a la investigación, llamando “Mexicanos a favor de la Corrupción y la Impunidad” a quienes revelaron los datos, y sugiriendo que deberían recibir un Pulitzer por “descubrir” que fue empresario y que tiene propiedades. Esta burla, más que una defensa, es una confesión de la desconexión que existe entre muchos legisladores de Morena y los ideales que enarbolaron cuando tocaron las puertas del poder.

Y por si fuera poco, hace apenas unos días, Ricardo Monreal —diputado federal y coordinador de Morena en la Cámara de Diputados— le levantó la mano a Arturo Ávila como aspirante a gobernador. ¿Ese es el perfil que se busca para dirigir un estado? ¿El del político con mansiones de millones de dólares en el extranjero, mientras habla de justicia social en actos públicos? Me pregunto, con toda seriedad: si así es la casa del vocero, ¿cómo será la del jefe?

Y hablando de jefes, lo más preocupante no es solo el lujo en el que vive su equipo cercano, sino el tipo de acusaciones que pesan sobre quienes tienen el control político. Recientemente, tras su regreso a la vida pública, la exalcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, lanzó fuertes señalamientos contra Ricardo Monreal, acusándolo de amenazas de muerte y de haber orquestado una campaña de golpeteo contra Claudia Sheinbaum cuando ella era jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Más allá de lo mediático, estas acusaciones son graves, porque dibujan un perfil de poder autoritario y vengativo, muy alejado del discurso de reconciliación y democracia que tanto repiten.

La austeridad republicana, convertida en bandera ideológica, se tambalea cuando sus portavoces viven como parte del uno por ciento más rico del planeta. Pero lo que realmente pone en entredicho a Morena no es solo la incongruencia patrimonial, sino la sombra de prácticas políticas que recuerdan a los peores tiempos del viejo régimen.

A final de cuentas, la congruencia es el único lujo que no debería permitirse perder ningún servidor público. Pero parece que, en algunos casos, ese es precisamente el más inalcanzable.

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