A Opinión del 3/6/25
Defender la autonomía estatal en salud garantiza atención eficiente, adaptada a contextos locales, preservando historia, identidad y calidad médica regional.

La salud no se centraliza: la importancia de preservar la autonomía estatal en los sistemas de salud
El 15 de septiembre de 1903, el Hospital Miguel Hidalgo abrió sus puertas en pleno corazón de Aguascalientes. Desde entonces, este nosocomio no sólo atendió a generaciones enteras de aguascalentenses, sino que se convirtió en un referente regional de atención médica gracias al compromiso de su personal y al prestigio ganado por décadas de servicio. Zacatecanos, jaliscienses y potosinos también buscaron alivio en sus pasillos, impulsados por la fama de un hospital que supo conjugar humanidad con ciencia, tradición con innovación.
En diciembre de 2017, el nuevo Hospital Hidalgo —ubicado ahora en el complejo ferrocarrilero— marcó un nuevo capítulo, con instalaciones modernas y una visión ampliada de cobertura. Sin embargo, la historia del viejo edificio no terminó ahí. Desde marzo de 2018, cuando el antiguo hospital cerró sus puertas, albergó oficinas gubernamentales, siendo un espacio aún útil y funcional. Hoy, todo apunta a su demolición, con el fin de levantar en su lugar un complejo administrativo que centralice trámites ciudadanos.
Esta historia no es un simple relato urbano. Es el reflejo de un dilema más profundo: la urgencia de defender la autonomía de los estados en la gestión de sus sistemas de salud. En tiempos en los que se debate la centralización de servicios bajo esquemas nacionales, como el IMSS-Bienestar, conviene recordar que la historia del Hospital Hidalgo es también la historia de lo que se puede lograr cuando una entidad federativa impulsa su propia infraestructura médica, sin depender exclusivamente de los dictados centrales.
Los hospitales estatales no son sólo edificios con quirófanos: son centros de conocimiento, innovación local, y arraigo comunitario. Funcionan como faros de salud que entienden las necesidades específicas de su población, que se adaptan a las características regionales y que responden con agilidad ante emergencias locales. La pérdida de esta autonomía equivale a sacrificar eficiencia, pertinencia y, muchas veces, calidad.
La centralización absoluta, además de burocratizar los servicios, diluye la responsabilidad local y genera cuellos de botella que, en temas de salud, pueden traducirse en vidas perdidas. Los estados deben tener no solo voz, sino poder de decisión sobre sus hospitales, presupuestos, personal y prioridades. La experiencia de Aguascalientes, con su emblemático Hospital Hidalgo, es prueba de que los proyectos impulsados localmente pueden alcanzar niveles de excelencia reconocidos más allá de sus fronteras.
Hoy que se contempla la desaparición física del antiguo hospital, conviene reflexionar sobre la necesidad de preservar, al menos, su legado político y social: el de un sistema de salud con rostro local, con autonomía, con memoria. Que la demolición de sus muros no simbolice también la caída de la soberanía estatal sobre lo más sagrado: la salud de su gente.
En un país tan diverso como México, la descentralización no debe ser una excepción, sino la regla. Porque donde hay autonomía, hay identidad, y donde hay identidad, hay verdadero compromiso con el bienestar.