¿Español o Mexicano?
¿Español o Mexicano? Sumérgete en una historia de transformación y raíces. Descubre qué significa ser de aquí y de allá. ¡No te la pierdas!

Esta columna lleva este nombre porque vivir durante una década en España transformó mi percepción de la vida. Quiero compartir un poco mi experiencia en otro país; di por sentado que el idioma lo tenía, que siendo una mujer preparada, viajada, con carisma y echa pa’lante, iba a lograr una buena vida y formar una familia en el extranjero. ¿Español o Mexicano? Es una interrogante que se presta a varias interpretaciones. De inicio es una pregunta abierta y por consiguiente, ambigua. Se refiere a 3 temas. Primero ¿Qué idioma hablo? Segundo ¿De dónde soy? Tercero ¿Qué país es mejor o peor? Es una reflexión de mis raíces, de mi historia, de mi identidad, la cual se desmorona como consecuencia de migrar a otro país, y no cualquiera si no España. Pero que si estoy aquí, es porque todo es posible con la brújula correcta.
Cuando mi novio me convenció de mudarnos de México a España, tomé en cuenta varios factores para tomar una decisión: renunciar a mi trabajo como gerente de una marca internacional, despedirme de mi familia y amigos, comenzar de cero y, claro, el idioma. “Sí, es Europa, pero en España se habla español”. Siempre creí que el idioma era el filtro por excelencia para cambiar de residencia. Lo cierto es que estaba cansada de Chilangolandia, del caos diario, de un colectivo enfermo de ira e intolerancia.
Por otro lado, estaba hasta las narices de mi vida laboral. Vaya, que estudié en la Panamericana, no cualquier cosa… para cobrar casi lo mismo de lo que costó mi matrícula universitaria al mes. ¿No te jode? De haber sabido esto, me hubiese inscrito en la UNAM; a decir verdad, en mi época no era una opción: había paro en la Autónoma y aquello era tierra de nadie. Estaba exhausta del resumen de mi vida: de sapo azul a otro más violeta. Este novio no me robaba suspiros, pero sí que englobaba mi idea de compañero de vida. Era un andaluz guapete y alivianado; en aquel momento no sabía lo que ser andaluz significaba.
Volviendo al tema del idioma, desde luego fue un factor decisivo para dar el “sí”. He oído decir que la ignorancia es una bendición; para mí, ignorar lo que implica mudarse de país, más aún, de continente, fue lo más parecido a una maldición gitana.
A veces es un coñazo recordar diez años en Gachupilandia. Cuando, a posta, quiero evocar cuando me hicieron burla por hablar “mexicano”, siempre aparece una escena que destaca entre las demás. “Se dice cazzza, no casa”. Esa voz que, aunque ya débil, aún la escucho de vez en vez. El cuñado de mi exmarido me lo dijo delante de todos, durante una comida en un restaurante de platillos de caza o coto. Tremenda corrección, con tono de superioridad y un tanto despectivo. Sin embargo, no todos fueron ruines. Cuando de Madrid me mudé a Andalucía, hice amistad con un chico majo, poco mayor que yo. A Jose (sin acento) le flipaba mi “ahorita”. Soltaba una risa genuina y espontánea. A veces tocaba el timbre de mi piso y, al coger el telefonillo, me decía: “Baja ahorita. Soy Jose”.
Aunque ya cumplí un año en tierra azteca, aún mezclo el español de España con el español de México. Es curioso: cuando viví allá, me aferraba por mantener mi idioma, mi forma de hablar, mi deje. Ahora que estoy aquí, me pasa lo mismo, pero al revés. El castellano se me metió en las venas; lo siento como parte de mí.
Si alguien me pregunta: “¿Español o mexicano?”, creo que cada uno tiene lo suyo.