¿Español o Mexicano?
Capítulo 2 de la serie *Rayuela Lacorte*: una historia íntima sobre identidad, idioma y locura al emigrar. ¿España o México?

El impacto que viví al mudarme de país fue tal, que cuando cumplí un año en Madrid, mi entonces marido me internó en un hospital psiquiátrico. Me enteré de que estaba en un sanatorio cuando desperté en la cama de la habitación. Mi estado maníaco-depresivo se debió a una mezcla de choque cultural, decepción y el rechazo de mi familia política.
Sabía que mudarme a otro país iba a llevar su proceso, aunque no a tal extremo. Mis primeros meses fueron mi luna de miel con Madrid: mi nuevo piso en Salamanca, mis visitas periódicas al Círculo de Bellas Artes, entrañables comilonas en el O´Caldiño y andar por las tardes en mi querido Retiro (le tengo manía al verbo correr).
Mi identidad comenzó a minarse… Dejé todo para comenzar una familia y acabé en el manicomio. ¿No te fastidia? Pa’ colmo, ni siquiera hablaba el idioma: ni yo les entendía y viceversa. Al principio fue fascinante, más tarde risible y finalmente abrumador.
Si decía “está padre”, no me pillaban un pelo. Si lo sustituía por “está guay” o “mola”, iba en contra de lo que creía firmemente: que eran palabras ñoñas y sin sentido. Tuve que contener mis expresiones en su mayoría y adaptarme a su taxonomía y humor. Cuando me mudé a Andalucía por la pandemia, comencé a escuchar frases como “Mira para arriba”, “Salte para afuera” o “¿Si me comprendes lo que te digo?”. Macho, que la madre patria no sabe de pleonasmos.
El lenguaje lo tardé en aprender dos años. Mi evangelización sobre razas y clases sociales fue más compleja. Me mantenía al margen de sus perroflautas, moros, gitanos y guiris. El idioma era lo de menos; lo de más fue, con certeza, que soy mexicana y que tampoco era como ellos.
Fue enriquecedor ver cómo dos culturas que tienen de raíz mucha conexión son tan diferentes entre sí. A mí lo que me mola de los españoles es que van al grano y no es no. Lo que me fascina de mi nacionalidad es nuestro calor humano, cómo acogemos a todo el mundo, quizá más que a los nuestros. Para decidirme entre España o México, hay mucha tela que cortar, pero esa es otra historia.