Defender lo indefendible: el T-MEC en revisión
Fiel a su estilo, el gobierno federal pretende defender lo indefendible, porque no tiene de otra. Lo que hoy se anuncia como un logro en realidad es la confirmación de que el modelo comercial que nos vendieron como la panacea ya no funciona. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte murió en los hechos, y el T-MEC, su sustituto, apenas respira entre consultas, renegociaciones y tensiones políticas.
El secretario de Economía, Marcelo Ebrard, informó que a partir de este 17 de septiembre se publica en el Diario Oficial de la Federación la convocatoria para iniciar, junto con Estados Unidos y Canadá, un proceso de consultas públicas sobre el funcionamiento del T-MEC. En el discurso suena positivo: participación abierta, evaluación transparente y coordinación con los socios comerciales. Pero en la práctica es un reconocimiento implícito de que el acuerdo no ha dado los resultados esperados desde su entrada en vigor en 2020.
No hace falta ser experto en economía para darse cuenta de que la dinámica ha cambiado. Estados Unidos y Canadá ya exploran acuerdos bilaterales que dejan a México en un papel secundario. Washington impone aranceles, Ottawa busca nuevos equilibrios y nuestro país insiste en hablar de “facilidad” y “apertura”, como si esas palabras bastaran para ocultar las grietas. La presidenta Claudia Sheinbaum se prepara para recibir al primer ministro canadiense, Mark Carney, en medio de esta incertidumbre, pero el encuentro corre el riesgo de ser más simbólico que sustantivo.
El problema no es revisar el tratado —algo necesario y hasta inevitable—, sino la narrativa oficial que pretende maquillar la crisis como si se tratara de una victoria diplomática. Defender el T-MEC a ultranza, cuando los hechos muestran su desgaste, es cerrar los ojos a una realidad incómoda: el comercio regional ya no depende de un marco sólido, sino de la voluntad cambiante de gobiernos que, cada uno a su manera, ponen sus propios intereses por encima de la integración.
Ahora bien, ¿qué significa todo esto para estados como Aguascalientes? La respuesta es clara: no podemos quedarnos como espectadores pasivos de las decisiones que se tomen en el centro del país. Aguascalientes, con su vocación automotriz, tecnológica y agroindustrial, tiene que prepararse para un escenario en el que las reglas del comercio internacional pueden modificarse en cualquier momento. El estado debe reforzar su competitividad interna, diversificar mercados y convertirse en un actor que presione para que la voz de las regiones productivas pese en la mesa de negociación.
El colapso del TLCAN y las fisuras del T-MEC nos recuerdan una lección que México aún no aprende: ningún tratado sustituye la falta de estrategia económica propia. Para Aguascalientes, la postura correcta no es esperar lo que decidan en Washington, Ottawa o Ciudad de México, sino construir un blindaje económico que garantice estabilidad a sus empresas, trabajadores y familias, aun si los acuerdos internacionales vuelven a tambalearse.

