A Opinión del 2/7/25
La violencia del crimen organizado amenaza Aguascalientes; granadas y asesinatos en Zacatecas evidencian que México vive una guerra silenciosa.

México: Zona de guerra a las puertas de Aguascalientes
Le han robado a México el derecho a la tranquilidad. La escena ocurrida este lunes en el kilómetro 78 de la carretera de cuota Aguascalientes-Zacatecas no es un hecho aislado, es la confirmación de una dolorosa realidad: el país vive una guerra no declarada, donde las balas sustituyen al diálogo y las granadas al Estado de derecho.
En Cuauhtémoc, Zacatecas, a escasos kilómetros de nuestro territorio, un convoy de sicarios perpetró un brutal ataque con armas de alto impacto, granadas de fragmentación y una violencia que no deja espacio para la esperanza. El objetivo: “El Chino”, presunto criminal, fue destrozado en plena carretera. Su cuerpo, literalmente, quedó hecho pedazos. La escena parecía sacada de una zona de conflicto en Medio Oriente, no de una carretera mexicana.
Lo más alarmante no es sólo el nivel de destrucción, sino lo que esto revela: el crimen organizado opera con impunidad, con armamento de guerra, tácticas militares y un poder de fuego que ya no se esconde. Horas antes de esta persecución mortal, se reportó otra intensa balacera en la misma región. Las granadas ya no son rarezas, son herramientas cotidianas de los sicarios. ¿Y el Estado? Testigo mudo o ausente.
Y lo que más inquieta a quienes vivimos en Aguascalientes es que esta violencia —que parece lejana solo en el mapa— sigue merodeando nuestros límites, acechando la frágil tranquilidad de nuestro estado. Estamos a minutos de distancia de una zona en llamas, donde la ley es dictada por fusiles y granadas. La pregunta es inevitable: ¿cuánto falta para que esta guerra traspase nuestras fronteras?
Es necesario nombrar las cosas como son: México es una zona de guerra. No se trata de retórica alarmista, sino de una verdad visible en las balaceras diarias, en las carreteras tomadas, en los pueblos silenciados por el miedo. Urge una respuesta integral, firme, civil, pero también humana. Urge reconstruir el pacto de paz en los territorios donde el Estado ha claudicado. Porque si no detenemos esta guerra, no solo perderemos vidas, sino también el alma misma del país. Y Aguascalientes, aunque aún resiste, no está exento.
Porque la violencia no respeta límites geográficos ni placas vehiculares. Cuando un convoy armado lanza granadas a plena luz del día en una autopista federal, el mensaje es claro: el crimen tiene la capacidad —y la decisión— de actuar donde quiera, cuando quiera, sin temor. Hoy fue en Cuauhtémoc, mañana puede ser en cualquier punto de nuestra carretera 45, incluso en las entradas de la propia capital.
Aguascalientes ha sido, por años, un refugio de paz relativa en medio del caos nacional. Pero esa paz está bajo amenaza constante. No se puede tapar el sol con un dedo: los grupos criminales se disputan rutas, territorios y plazas, y nuestras vías de comunicación son estratégicas. El crimen no ve fronteras estatales, solo rutas por controlar. Y las rutas que cruzan nuestro estado ya son codiciadas por su conectividad, por su movilidad, por su logística.
Los recientes hechos deben encender todas las alarmas. Ya no basta con declaraciones de “estado seguro” o estrategias de contención mediática. Se necesita coordinación real entre los tres niveles de gobierno, inteligencia aplicada, vigilancia activa y una política de seguridad que no solo reaccione cuando hay sangre en el asfalto, sino que prevenga antes de que el fuego cruce la línea.
La ciudadanía también debe estar consciente. Aguascalientes no puede vivir en una burbuja de falsa calma. La violencia está cerca, demasiado cerca. Y si no la enfrentamos con decisión, planeación y visión de largo plazo, pronto podríamos vernos inmersos en el mismo escenario de horror que hoy estremeció a Cuauhtémoc. Que este hecho no sea solo una nota roja más, sino un punto de inflexión. Porque la guerra ya está en nuestras puertas. La pregunta es: ¿vamos a esperar a que las derribe?