A Opinión del 21/7/25
Compartimos todo en redes sin pudor, pero tememos la Ley Espía. Ironías modernas: la vigilancia viene en forma de selfie y decreto.

“Ley Espía”, el siguiente nivel de vigilancia made in México
En México, la línea entre la seguridad y el autoritarismo se vuelve cada vez más difusa. La reciente aprobación de reformas por parte de la mayoría oficialista en el Congreso —conocida ya como la “Ley Espía”— es un nuevo y preocupante ejemplo. Esta legislación permite al gobierno federal acceder a la geolocalización en tiempo real de cualquier ciudadano, intervenir llamadas y mensajes, así como obtener información personal de nuestros dispositivos móviles… todo esto sin necesidad de una orden judicial. Sí, sin juez, sin notificación, sin explicación. Solo porque pueden.
El discurso oficial podrá revestirse de palabras como “seguridad nacional” o “prevención del delito”, pero la realidad es otra: se trata de dar al Estado un poder sin controles, sin contrapesos y sin supervisión. Es la receta perfecta para el abuso. Y como suele suceder, todo se hace “por nuestro bien”.
Pero reconozcámoslo con la ironía que amerita el caso: el gobierno no está descubriendo ningún hilo negro. La mayoría ya entregamos nuestros datos personales hace años… solo que lo hicimos con emojis y sin leer los términos y condiciones. Facebook tiene nuestras relaciones familiares, Google sabe a qué hora nos dormimos, Instagram conoce nuestra comida favorita y TikTok podría predecir nuestra próxima crisis existencial con un algoritmo. Le contamos a Internet nuestras enfermedades, a qué escuela fueron nuestros hijos, en qué calle vivimos y hasta qué opinamos del presidente. Voluntaria, masivamente y sin que nadie nos obligara.
La diferencia es que, en esas plataformas, al menos fingimos tener el control. Podemos cerrar la cuenta, borrar una foto, ajustar la privacidad —aunque la mayoría no lo hace—. Pero cuando es el Estado el que decide vigilarnos sin ningún tipo de supervisión judicial, ya no se trata de una app curiosa: es el poder político con acceso directo a nuestra intimidad, sin necesidad de tocar la puerta.
Y es aquí donde el problema se vuelve serio. Porque esta ley no solo erosiona derechos fundamentales, como el de la privacidad o la presunción de inocencia, sino que sienta un precedente peligroso: si hoy se justifica la vigilancia sin autorización, mañana puede normalizarse cualquier forma de control. Y después de eso, ¿qué sigue? ¿El monitoreo preventivo de pensamientos?
La “Ley Espía” no es una herramienta de seguridad, es un instrumento de vigilancia masiva. No protege, sino que intimida. No previene delitos, pero sí promueve el miedo. Y aunque ya hayamos compartido alegremente nuestra vida con Silicon Valley, eso no significa que debamos entregársela también, sin límites ni garantías, al gobierno.
La privacidad no debe ser vista como un lujo o una paranoia de conspiración. Es un derecho. Y es justamente cuando más nos dicen que “no hay nada que temer”, cuando más deberíamos desconfiar. Porque los gobiernos, a diferencia de las apps, no tienen botón de “desinstalar”.
Al tiempo… y a su opinión