Aguascalientes sobre ruedas: libertad y paisajes desde una VTX1800

Un recorrido en VTX1800 por Aguascalientes revela libertad, paisajes vibrantes, aromas únicos y una profunda conexión con la tierra.

Subirse a una motocicleta Honda VTX1800 no es solo un acto de pasión por la velocidad o el rugido del motor. Es un ritual, un grito de libertad que se fusiona con el alma del camino. Y cuando ese camino recorre el estado de Aguascalientes, el viaje se convierte en algo más: en una declaración de amor por la tierra, por sus paisajes y por la vida misma.

Desde que encendí el motor aquella mañana fresca, supe que sería un día distinto. La vibración poderosa de la VTX1800 se sentía como una extensión de mi pecho, como si el latido de la moto y el mío se sincronizaran. El sol apenas comenzaba a teñir el cielo de un naranja cálido mientras me dirigía hacia el norte, con la promesa de descubrir —o redescubrir— cada rincón de este estado que tanto quiero.

Los primeros kilómetros fueron un desfile de colores. Los verdes de los campos, interrumpidos por los dorados del maíz maduro, contrastaban con el azul límpido del cielo hidrocálido. La carretera serpenteaba entre sembradíos y pequeñas comunidades, y cada curva traía consigo una nueva postal. A mi paso, los aromas cambiaban: el olor a tierra mojada en Rincón de Romos, el perfume de las bugambilias en Calvillo, el inconfundible aroma a pan recién hecho en San José de Gracia.

La VTX1800 se comportaba con nobleza, poderosa pero obediente. Cada aceleración era una caricia al asfalto, cada frenada una pausa para contemplar lo que me rodeaba. Paré en varios puntos. En la presa de los Alamitos, el espejo del agua me devolvió una imagen serena del cielo. En los campos de guayaba de Calvillo, me dejé envolver por la dulzura del ambiente. Y en los miradores de la Sierra Fría, la inmensidad me hizo sentir pequeño, pero profundamente conectado con todo.

Aguascalientes, pese a su tamaño, es un estado enorme en riqueza natural, cultural y humana. Montado en la moto, cada kilómetro era un recordatorio de que no hace falta ir lejos para sentir la grandeza. Está en los pueblos con historia, en los rostros que saludan al pasar, en los platillos que saben a tradición y hogar.

Al atardecer, ya de regreso por la carretera que conduce a la capital, el cielo se incendió en tonos púrpura y oro. El viento golpeaba mi rostro, y en ese instante entendí lo que tantos motociclistas describen como “la libertad del camino”: no es solo el movimiento, sino la comunión con el entorno, la posibilidad de mirar y sentir sin filtros, de vivir el presente con intensidad.

Viajar en una VTX1800 por Aguascalientes no es solo una experiencia mecánica. Es un acto de amor por la tierra, por sus caminos, sus paisajes y su gente. Es dejar que el corazón lata al ritmo del motor y que los sentidos se abran al espectáculo que ofrece este rincón de México. Porque cuando amas tu estado, lo recorres no solo con ruedas, sino con alma.

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