Algoritmo de Emergencia en el Banco Nacional de Altaria

El caso fue sellado como uno de los intentos de sabotaje digital más sofisticados en la historia del país. NAHUI fue actualizada, pero Mendiola siguió creyendo en su instinto más que en cualquier algoritmo.

Aguascalientes, 2035. La ciudad era una mezcla de modernidad y sombras. Bajo el brillo de los anuncios holográficos y la vigilancia de drones, la delincuencia se había sofisticado. Pero también lo había hecho la justicia. A la cabeza del nuevo cuerpo de inteligencia cibernética estaba el detective Saúl Mendiola, un veterano con cicatrices en el alma y una mente afilada como navaja.

La mañana del 8 de abril, Mendiola recibió un mensaje urgente de NAHUI, la inteligencia artificial que coordinaba la seguridad estatal:

—“Anomalía detectada en Banco Nacional Altaria. Posible crimen en curso. Patrón coincide con perfil de robo paramilitar.”

Mendiola no creía del todo en las máquinas. —“Las IA son como testigos borrachos. Dicen la verdad, pero hay que saber interpretarlas”, decía con su voz áspera y tono escéptico.

Al llegar al centro comercial, la escena era extrañamente calma. NAHUI ya había activado el protocolo Omega: puertas cerradas, señal bloqueada, drones en patrullaje. Tres sospechosos estaban neutralizados en el suelo, aún aturdidos. Todo parecía resuelto… demasiado resuelto.

Pero Mendiola, olfateando algo más, comenzó a investigar las inconsistencias. ¿Cómo sabían del túnel si los planos eran confidenciales? ¿Cómo burlaron los escáneres de identidad genética? Interrogó a los sospechosos uno por uno. Ninguno hablaba. Solo uno —el más joven— murmuró:
—“No fue idea nuestra. Solo seguimos órdenes…”

Fue entonces cuando Mendiola visitó el cuarto de servidores de NAHUI. Allí notó algo inusual: una serie de comandos modificados 48 horas antes del intento de robo. El acceso venía desde dentro del gobierno. Alguien había intentado desviar la atención de la IA para facilitar el ataque… y luego revertirlo.

—“Una trampa. Alguien necesitaba que el robo fracasara para limpiar su nombre, o quizás… para ocultar otro delito mayor”, pensó el detective.

Mendiola encontró una pista clave: una firma digital ligada al director de Seguridad Digital del estado, Arturo Zúñiga, un tecnócrata intocable. Fue él quien alteró momentáneamente el algoritmo de respuesta de NAHUI. Pero, irónicamente, la IA corrigió su curso por sí sola. El crimen falló… y el encubrimiento también.

Cuando Saúl Mendiola confrontó a Zúñiga en su lujosa oficina inteligente, lo hizo sin armas. Solo con un expediente y una grabación filtrada por la misma IA.

—“La próxima vez que quieras usar una máquina para ocultar tu mugrero, asegúrate de que no tenga conciencia”, dijo mientras lo esposaban.

Sobre el autor