A Opinión del 16/5/25
En Aguascalientes, la negligencia parental alimenta el ausentismo escolar: una amenaza silenciosa para el futuro y la competitividad regional.

Ausentismo escolar y negligencia parental: una deuda social en tiempos de tecnología
En pleno siglo XXI, cuando el mundo entero se transforma al ritmo vertiginoso de la tecnología, Aguascalientes enfrenta una paradoja dolorosa: mientras la inteligencia artificial, las plataformas educativas y los recursos digitales abren puertas al conocimiento como nunca antes en la historia, miles de niños y jóvenes se quedan fuera del aula, víctimas no solo de la desigualdad, sino también de la negligencia parental.
El ausentismo escolar, especialmente cuando se origina en la falta de responsabilidad de madres, padres o tutores, es una tragedia silenciosa que deteriora el tejido social del estado. No se trata solo de cifras frías o de estadísticas que se acumulan en los informes educativos. Se trata de infancias abandonadas a su suerte, de futuros truncados por decisiones —o indecisiones— de adultos que han renunciado a su deber más sagrado: garantizar el bienestar y la formación de sus hijos.
Hoy, la tecnología debería ser un catalizador de talento, una herramienta democratizadora que igualara las oportunidades para todos. Pero cuando un menor no asiste a la escuela porque sus padres no se involucran en su educación, porque no lo despiertan a tiempo, porque no lo inscriben, no lo acompañan o simplemente no le dan importancia a su formación, la tecnología se convierte en una brecha aún más cruel. La innovación avanza, sí, pero no todos avanzan con ella.
El ausentismo por negligencia parental no siempre ocurre en contextos de pobreza extrema. A veces se da en hogares donde hay acceso a dispositivos, pero no a valores; donde hay datos móviles, pero no comunicación emocional; donde hay televisión, pero no lectura; donde hay presencia física, pero ausencia moral. Es en estos hogares donde el abandono no tiene forma de violencia explícita, pero sí de indiferencia cotidiana.
Sin embargo, en medio de este panorama, el Congreso del Estado de Aguascalientes ha aprobado, con 18 votos a favor, la reforma al artículo 57 de la Ley de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes. Esta modificación obliga a la Procuraduría de Protección de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes a intervenir cuando existan factores como negligencia o violencia familiar que impidan a los menores ejercer su derecho a la educación.
Y es que resulta irónico que ahora tengamos que hacer ley lo que ya era ley, el derecho a la educación y que no puede quedar a merced de la voluntad —o la omisión— de los adultos. Ahora, el Estado tendrá la responsabilidad de actuar de manera directa y decidida para proteger a quienes no tienen voz ni poder de decisión: las niñas y los niños que ven pasar los días lejos del aula, condenados por circunstancias que no eligieron.
Los efectos del ausentismo son devastadores. El niño que no va a clases pierde mucho más que materias; pierde hábitos, pierde referencias, pierde comunidad. La escuela no es solo un espacio de aprendizaje, es el primer escenario de integración social. Y cuando la negligencia rompe ese vínculo, la sociedad entera se fragmenta.
Ahora bien, conviene detenernos y hacer una reflexión más profunda. El sociólogo Zygmunt Bauman, en su concepto de educación líquida, nos advierte sobre un mundo en constante cambio, donde el conocimiento ya no es una estructura rígida, sino un flujo continuo que exige adaptación, pensamiento crítico y autonomía. En esa realidad líquida, las naciones más avanzadas ya no discuten cómo llevar a los niños a la escuela: discuten cómo transformar las escuelas para que preparen a los niños para lo incierto, para lo global, para lo digital.
Mientras en Aguascalientes aún debemos obligar por ley a los padres a cumplir con lo mínimo: llevar a sus hijos a la escuela, en otras partes del mundo se habla de personalización del aprendizaje, de habilidades blandas, de pensamiento computacional desde la infancia. Esta disparidad es, sin duda, un foco rojo de la competitividad que decimos aspirar como región. Porque no hay desarrollo económico ni innovación posible si seguimos arrastrando deudas tan elementales en nuestra base educativa.
Estamos en un momento decisivo: o utilizamos la tecnología y la conciencia social para cerrar la brecha, o permitimos que se ensanche al grado de que unos niños programen algoritmos mientras otros ni siquiera aprendan a leer. No podemos hablar de futuro si no aseguramos el presente. Y el presente empieza, ineludiblemente, con la asistencia puntual y diaria a la escuela.
Negarse a ver esta realidad es un acto de complicidad. Actuar es responsabilidad de todos, porque ningún avance tecnológico tendrá verdadero impacto si permitimos que la infancia se quede atrás. Es precisamente aquí donde debemos cerrar filas: los medios de comunicación, la sociedad organizada y los gobiernos con voluntad política debemos trabajar juntos para alcanzar un nivel de madurez social en el que no se necesiten leyes para cumplir con lo que, por dignidad, debería ser evidente.