Bajo la misma luz

Encuentra en San Miguel y Aguascalientes el amor que cura heridas y cambia destinos. ¡Una historia de conexión inesperada te espera!

Dicen que San Miguel de Allende tiene esa magia que mezcla historia, arte… y destinos. A Jorge, un fotógrafo aficionado que creía en las casualidades, lo convencieron de último momento para unirse a la excursión. A Sofía, diseñadora gráfica y amante de los colores vivos, le rompieron el corazón semanas antes, pero decidió ir para no pensar en él… en aquel otro.

Se conocieron en la terminal. Ella con audífonos y una mochila llena de pinceles. Él, cargando una cámara vieja y una libreta donde anotaba frases que escuchaba al azar. A los dos les tocó asiento junto a la ventana… del mismo lado del autobús.

Al principio no hablaron mucho. Una sonrisa, un “¿me pasas el cargador?”, una risa tímida cuando el camión dio un brinco. Pero al llegar a San Miguel y ver juntos el primer atardecer desde el mirador, algo se quebró dentro de ellos. Y empezó a construirse algo nuevo.

Caminaron calles empedradas, entraron a talleres de cerámica, comieron en fonditas escondidas y se perdieron entre los callejones como si toda la ciudad hubiera sido diseñada solo para ellos. Jorge la fotografiaba sin que ella se diera cuenta. Sofía lo dibujaba cuando él se distraía.

Pero no todo fue sencillo. Una tarde, él recibió una llamada. Era su exnovia, que estaba de regreso en Aguascalientes y pedía “hablar”. Sofía lo escuchó desde la habitación del hostal, sin querer. Salió corriendo sin despedirse.

Él la buscó por horas. Subió al mirador, fue al jardín central, recorrió todas las escaleras de la parroquia. Cuando por fin la encontró, lloraba en una banquita frente a una galería.

—No estoy aquí por el pasado —le dijo Jorge—. Estoy aquí porque encontrarte me cambió el mapa.

Sofía dudó. Lo miró con los ojos entre cerrados y el alma abierta. Le creyó.

De regreso a Aguascalientes, viajaron juntos en silencio, pero de esos silencios cómodos, de los que curan. Al llegar, caminaron directo al centro. La ciudad estaba tranquila, con esa luz suave que sólo se posa sobre lo verdadero.

Justo frente a la Catedral, Jorge le tomó la mano. Sofía cerró los ojos. Y el beso que se dieron fue lento, sincero… como si el tiempo les dijera: ahora sí.

Y así comenzó su historia. Bajo la misma luz que los unió, en el corazón de Aguascalientes.

Sobre el autor