El R8 sabía que Calvillo no era un municipio cualquiera: detrás de la apariencia tranquila de sus calles empedradas se escondía un caso que había cruzado fronteras. La Interpol lo había contactado discretamente para seguir la pista de dos fugitivos: “El Chino” y “El Raqueta”, expertos en falsificación de documentos y blanqueo de dinero. Habían sido vistos en la región, ocultos bajo la sombra de huertas de guayaba y con nexos que alcanzaban hasta los cárteles más peligrosos.

Su herramienta más valiosa no era una pistola ni una placa, sino Lex, un reloj con superinteligencia artificial que procesaba datos en segundos, rastreaba llamadas encriptadas y hasta podía detectar cambios de ritmo cardíaco en los sospechosos.

—Lex —murmuró el R8 en voz baja, caminando entre el bullicio del mercado—, filtra las cámaras de seguridad de la central de autobuses de las últimas cuarenta y ocho horas.
—Procesando —contestó la voz metálica con un dejo de ironía que parecía humana—. Tengo imágenes de dos sujetos que coinciden con “El Raqueta” y “El Chino”. Están en Calvillo, señor.

La adrenalina le recorrió el cuerpo. Justo cuando planeaba su siguiente movimiento, sonó su celular. El número era familiar y, al contestar, la voz quebrada de una de sus ex esposas lo sacudió como un golpe en seco:
—R8… te tengo malas noticias. Arcadio… Arcadio murió de un paro pulmonar.

El silencio le apretó la garganta. Arcadio no era solo un nombre, era un recuerdo clavado como daga en su memoria.

Flashback en la Ciudad de México

La escena regresó con brutal claridad. Años atrás, en la Ciudad de México, Arcadio y él habían trabajado codo a codo en un caso que marcó sus vidas. Habían desenmascarado a una red de narcotraficantes poderosísimos que operaban desde Polanco hasta Tepito. Con paciencia, infiltraciones y pruebas irrefutables, lograron encarcelarlos. Fue ahí donde nació su hermandad: dos detectives contra un monstruo que parecía invencible.

Pero la amistad se quebró por culpa de Josefina, una mujer de belleza implacable, tan peligrosa como seductora. Ambos se enamoraron de ella, y aunque Arcadio la deseaba con todo su ser, fue el R8 quien terminó en sus brazos. Aquel triángulo amoroso dejó heridas que nunca cerraron. Desde entonces, aunque la fraternidad sobrevivía en recuerdos, la distancia se volvió la regla entre ellos.

Y ahora, con la noticia de su muerte, el R8 sintió un peso insoportable.

De vuelta en Calvillo

Sacudió la nostalgia: no podía permitirse flaquear. “El Chino” y “El Raqueta” seguían sueltos y la Interpol no esperaría condolencias.

—Lex, activa el rastreo en tiempo real. Si los tenemos localizados, esta noche termina la cacería —dijo con voz firme.
—Entendido, señor. Pero… —la voz del reloj titubeó un instante, como si intuyera su dolor—. No olvide que la memoria también puede ser un arma.

El R8 apretó la mandíbula y avanzó. El duelo por Arcadio tendría que esperar; ahora, el destino lo empujaba hacia una persecución en las sombras de Calvillo, donde la justicia y sus fantasmas lo acompañaban como aliados invisibles.

Persecución en las sombras de Calvillo

La noche en Calvillo caía con un manto espeso, apenas roto por las luces mortecinas de los faroles y el murmullo del río. El R8 se ajustó la chaqueta, consciente de que “El Chino” y “El Raqueta” estaban cerca. Lex ya había marcado su ubicación: una vieja bodega en las afueras, utilizada como centro de distribución de mercancía ilegal.

—Señor, detecto movimiento en el perímetro. Dos sujetos armados. Corresponde al 98% con nuestros objetivos —informó Lex, con tono quirúrgico.

El R8 respiró hondo. El recuerdo de Arcadio seguía latiendo en su cabeza, como una voz que le decía que no debía fallar. Salió de la penumbra y se aproximó a la bodega, pero apenas dio tres pasos cuando un disparo le rozó la oreja.

—¡Te tenemos, cabrón! —gritó “El Raqueta”, saliendo con un rifle en las manos.

El R8 rodó por el suelo y disparó hacia las llantas de una camioneta que intentaba arrancar. Los vidrios se hicieron añicos. “El Chino” aceleró, rompiendo la reja de la entrada, y así comenzó la persecución.

La cacería

El R8 saltó a su motocicleta, una poderosa Honda VTX 1300 negra como la noche, y encendió el motor. El sonido era fuerte, como el diablo en una noche de tormenta.
—Lex, proyecta la ruta de escape más probable.
—En 200 metros girarán hacia la carretera vieja. Recomiendo cortarles el paso en el puente del Cañón de Jaltiche.

El motor rugió como una fiera y la persecución se desató entre las calles angostas. La camioneta chocaba contra botes de basura, levantando chispas, mientras los disparos retumbaban en el aire fresco de la sierra.

En una curva cerrada, el R8 se emparejó con ellos. “El Chino” abrió la puerta de golpe intentando derribarlo, pero el detective se aferró al manubrio y aceleró aún más. La motocicleta casi voló sobre las piedras.

—¡Ahora, señor! —advirtió Lex.

El R8 disparó a la llanta delantera derecha. La camioneta perdió el control, zigzagueó y terminó estrellándose contra un muro de piedra. “El Raqueta” salió tambaleando, intentando huir entre los huertos de guayaba, pero el R8 lo alcanzó con un golpe seco que lo mandó al suelo. “El Chino” quedó atrapado entre los fierros, gritando maldiciones.

Después de la tormenta

La Interpol llegó minutos después, recogiendo a los fugitivos como trofeos. El R8 se apartó, encendiendo un cigarro que apenas pudo sostener con la mano temblorosa. Lex, desde su muñeca, rompió el silencio:

—Caso resuelto. Pero su corazón late irregular. ¿Es por la persecución… o por Arcadio?
El R8 exhaló una nube de humo.
—Por Arcadio, Lex. Siempre por Arcadio.

Mientras las sirenas iluminaban la noche de Calvillo, el detective supo que aquella cacería era solo una victoria más. La verdadera batalla estaba en su memoria: la amistad rota, la mujer que los dividió y el fantasma de un hermano que jamás regresaría.

Suspiró, prendió un cigarro y de regreso a la ciudad de Aguascalientes prefirió manejar sin rumbo para despejar la mente, tenía mucho que asimilar.