El R8 y la sombra del Tijuano
Acompaña al R8 en una crónica oscura donde la justicia persigue al “Tijuano” y la muerte deja pistas entre calles tranquilas.

A veces, en esta ciudad que parece dormida entre atardeceres de cantera rosa y ruido de motores, la muerte despierta temprano y a balazos. Aquella mañana del 18 de junio, el fraccionamiento La Soledad dejó de ser lo que su nombre prometía: un remanso. En su lugar, quedó la sangre y el eco de tres disparos que aún resonaban en los muros cuando me llamó el comandante. Otra vez, el caso era mío.
Soy el R8. Detective privado, sombra a sueldo, lector de huellas ajenas y rastreador de las migajas que deja el crimen cuando pasa con prisa. Lo del “Tijuano” no era un ajuste de cuentas cualquiera. Dicen que venía desde Baja California con más pasado que futuro y que en Aguascalientes encontró una nueva plaza y viejas cuentas.
Lo primero fue ir al lugar del crimen. Las cintas amarillas aún flotaban con el viento, como si intentaran atrapar el alma de los que se fueron. Servicios Periciales ya había hecho lo suyo, pero yo siempre miro dos veces: un casquillo sin marcar, una marca de zapato importado, olor a pólvora y rabia.
Los muertos, dos. El herido, uno. Pero todos marcados por la misma mano: fría, metódica, cobarde. “Premeditación y ventaja”, le dicen en el Código Penal. En mis notas, le llamo “odio organizado”.
La Policía de Investigación Criminal se movió con eficiencia, como si les hubieran puesto las piezas del rompecabezas ya volteadas. Me sorprendió. Dicen que hubo coordinación: operativos discretos, testigos localizados en fondas y cantinas, cámaras revisadas en tiempo récord. Incluso un patrón: el Tijuano no mataba por impulso, mataba por encargo. Y a veces, por placer.
El Instituto de Ciencias Forenses aportó lo que la calle no dice: trayectorias balísticas, huellas parciales, ADN en una colilla que no correspondía a nadie del lugar. Todo apuntaba a un solo hombre, un fantasma tatuado de sangre que cruzó media república hasta quedar atrapado en una celda.
La orden de aprehensión fue ejecutada sin disparos, en pleno centro. El Tijuano cayó sin ruido, como caen los que saben que ya no hay salida. Lo agarraron justo cuando pedía un café. Dicen que lo pidió sin azúcar, como su vida.
En la audiencia inicial, el Ministerio Público se lució: pruebas, cronología, testimonios. El Juez no tuvo mucho que pensar. Prisión preventiva. Vinculación a proceso. Tres meses para cerrar el expediente y preparar el juicio.
Yo me quedé afuera, fumando bajo una farola que parpadeaba como mi fe en la justicia. No era un final, apenas un punto y seguido. Porque en esta ciudad, los “Tijuanos” no llegan solos.
Yo soy el R8. Y mientras los otros duermen, yo escucho. Porque la noche en Aguascalientes nunca es tan callada como parece.
-Crónica ficción de la Ciudad de Aguascalientes-