A Opinión del 15/11/24
Aguascalientes enfrenta altos índices de violencia de pareja, evidenciando la urgencia de programas educativos y preventivos para combatir este problema.
La violencia que no cesa y los vacíos que perpetúan el círculo. En Aguascalientes, la violencia contra la mujer tiene un escenario recurrente: el hogar, un lugar que debería ser sinónimo de seguridad, pero que, para muchas, se ha convertido en un espacio de agresión y miedo. Las cifras no dejan lugar a dudas. Con más de 10 mil llamadas de emergencia por violencia de pareja registradas entre enero y septiembre de 2024, nuestro estado se posiciona entre los diez con mayor incidencia a nivel nacional, junto a entidades como Baja California (33 mil 109 casos), Jalisco (22 mil 480) y Quintana Roo (21 mil 891).
Aunque los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) parecen mostrar una menor incidencia en feminicidios, con solo cinco casos documentados en Aguascalientes durante el mismo periodo, y una cifra de 11 presuntos delitos de género en todas sus modalidades distintas a la violencia familiar, las estadísticas de violencia doméstica y de pareja son un recordatorio alarmante de la magnitud del problema.
Mientras tanto, los homicidios de mujeres en el estado, clasificados como tal, alcanzaron los seis casos, una cifra baja en comparación con Guanajuato (267), Baja California (206) o el Estado de México (162). Sin embargo, esto no debe servir de consuelo; cada cifra representa una vida arrebatada, un futuro truncado.
En este contexto, surgen preguntas que evidencian la ausencia de una política pública integral: ¿dónde están los programas educativos para prevenir la violencia desde sus raíces? ¿Por qué no hay estrategias claras de prevención que trasciendan las acciones reactivas de las corporaciones policiacas?
La realidad es que las denuncias y las detenciones son respuestas que llegan demasiado tarde. Son parches en una herida profunda que sigue abierta. La violencia de género y familiar es un problema estructural que necesita intervención temprana. Sin embargo, parece que en Aguascalientes se ha preferido apostar por medidas de contención antes que por la transformación cultural.
No se puede ignorar la necesidad de programas educativos en escuelas, talleres en comunidades y campañas masivas de concienciación. Educar en la igualdad y el respeto desde la infancia no es una utopía; es una necesidad. Además, un programa preventivo sólido que incluya la identificación temprana de factores de riesgo podría salvar vidas y reducir los índices de violencia.
Mientras las instituciones estatales y municipales reaccionan caso por caso, el problema sigue creciendo. La sociedad paga el costo de la indiferencia estructural y la falta de voluntad política para invertir en soluciones a largo plazo.
Si no se actúa ahora, con medidas que aborden la raíz del problema, seguiremos atrapados en un círculo de agresiones, denuncias y estadísticas que no dejan de crecer en uno de los pilres más importantes para el desarrollo de nuestra sociedad: La familia.
Al tiempo… y a su opinión.