A Opinión del 9/5/25
León XIV, el nuevo Papa multicultural, representa una globalización solidaria frente la era del trumpismo.

León XIV: un Papa global frente a un mundo dividido
La elección de Robert Prevost como nuevo Papa bajo el nombre de León XIV marca un momento crucial no solo para la Iglesia católica, sino para el mundo entero. Más allá del simbolismo religioso, su figura encarna una poderosa lección moral y cultural: en un tiempo donde muchos gobiernos refuerzan fronteras, predican el aislacionismo y alimentan discursos de odio disfrazados de soberanía, la Iglesia católica elige a un líder profundamente multicultural, con raíces entrelazadas desde Europa, el Caribe, América del Sur y los Estados Unidos.
Nacido en Chicago en 1955, de padre estadounidense de origen francés y madre de ascendencia dominicana y criolla, León XIV es el primer papa estadounidense, pero su identidad va mucho más allá de esa etiqueta nacional. Su corazón, su ministerio y su vida pastoral florecieron en el Perú, país que no solo lo adoptó, sino que lo forjó como pastor, guía y ciudadano. Es esta combinación —norteamericano por nacimiento, latinoamericano por vocación— la que lo convierte en un símbolo viviente de la globalización que sí funciona: la de la empatía, el servicio, la integración y la fe.
En tiempos donde resurgen ideologías como el trumpismo —que promueven la desconfianza hacia el extranjero, el cierre de fronteras y la glorificación de una identidad nacional excluyente—, la figura de León XIV nos recuerda que el liderazgo auténtico se construye desde la diversidad. Su elección es un testimonio vibrante de cómo el mestizaje cultural no es una debilidad, sino una fuerza que enriquece y transforma.
Resulta profundamente irónico que mientras ciertos sectores en Estados Unidos celebran muros y vetos migratorios, sea precisamente un hijo de esa nación —nieto de inmigrantes, nieto de criollos, ciudadano peruano— quien suba al trono de Pedro con un mensaje de unidad, inclusión y compasión global. Es como si la Iglesia, a través de esta elección, gritara al mundo: “Sí se puede vivir juntos. Sí se puede construir un mundo común sin borrar nuestras diferencias.”
La historia de León XIV es también una advertencia moral a los gobiernos del siglo XXI: mientras ustedes se atrincheran en sus nacionalismos de cartón, hay una comunidad global —con más de mil millones de católicos— que se une en torno a un líder que representa todo lo contrario. La Iglesia, con todos sus defectos y contradicciones, nos da una lección que trasciende lo religioso: la humanidad necesita puentes, no muros.
Y quizás, en medio de este mundo herido por guerras, migraciones forzadas y discursos de odio, el nuevo Papa sea no solo un líder espiritual, sino también un símbolo profético: un hombre que jugaba a ser sacerdote mientras su hermano blandía flechas de juguete; un “Rob” humilde, cercano, que aún recibe consejos de sus hermanos, aunque sea él quien más sabe aconsejar.
León XIV es más que un Papa nuevo. Es un mensaje urgente y necesario. En su historia familiar —tejida con nombres franceses, apellidos dominicanos y misiones en los Andes peruanos— encontramos la esperanza de una humanidad reconciliada. Que lo escuchen los líderes del mundo. Que lo escuche el mundo entero.
Al tiempo… y a su opinión