En Aguascalientes, el fenómeno del vapeo ha dejado de ser un asunto exclusivo de adolescentes y adultos jóvenes: ahora ha llegado a las aulas de primaria, donde niños de apenas nueve o diez años ya consumen vapeadores adquiridos a través de internet, un mercado que se ha expandido con rapidez, sin filtros y sin supervisión.
Mientras el gobierno estatal mantiene vigentes las multas que van de los tres mil a los veinte mil pesos para quienes venden estos dispositivos, en los hechos la persecución es insuficiente frente a un consumo que se ha vuelto silencioso, normalizado y cada vez más accesible para los menores.
Las tiendas físicas han comenzado a esconder su mercancía, pero eso sólo desplazó el negocio a las plataformas digitales, como Facebook Marketplace y Mercado Libre, con catálogos que ofrecen vaporizadores de colores brillantes, sabores dulces y presentaciones que simulan ser juguetes o marcadores escolares.
Algunos docentes notan que los niños hablan del vapeo con naturalidad, lo ven como un producto inofensivo y lo comparten en chats privados donde coordinan compras grupales. “Hemos visto un aumento alarmante”, afirma María Fernanda Gutiérrez, docente de la Primaria Convención de Aguascalientes. “Cada semana decomisamos por lo menos uno o dos vapeadores dentro de la escuela, y lo más preocupante es que los niños no sienten que estén haciendo algo malo”.
La narrativa entre los estudiantes se repite: “no hace daño”, “solo es vapor”, “huele rico”. Se trata de un discurso aprendido en videos de redes sociales y reforzado por ‘influencers’ que consumen estos dispositivos frente a millones de seguidores. “Muchos llegan diciendo que lo vieron en TikTok y que les parece divertido. Ellos creen que es inofensivo, que solo huele rico, y no entienden el riesgo real”, explica la maestra Gutiérrez.
La falta de educación preventiva ha permitido que el vapeo se presente como un objeto de moda, no como un producto con serios riesgos para la salud, especialmente en edades tempranas, cuando la nicotina puede generar dependencia más rápida y afectar el desarrollo neurológico.
A esto se suma un mercado ilegal que se mueve con agilidad. Aunque la autoridad estatal advierte sobre sanciones a los establecimientos que venden vapeadores, la venta clandestina opera casi sin freno. Vendedores informales los ofrecen en tianguis, en comercios disfrazados de tiendas de accesorios electrónicos e incluso por mensajería privada.
El vacío regulatorio en internet agrava el panorama. Ninguna plataforma exige verificación de edad rigurosa y los pagos pueden hacerse desde tarjetas de débito vinculadas a los padres o incluso mediante depósitos en tiendas de conveniencia. Para los menores, la compra es tan sencilla como ordenar una pizza: seleccionan, pagan y reciben el vapeador en cuestión de horas.
Para un niño, el vapeo no solo es nocivo en términos físicos: también se convierte en una puerta de entrada a otros hábitos que alteran su percepción del riesgo. La salud pública, advierten especialistas, podría enfrentar en pocos años una generación con problemas respiratorios derivados del uso temprano de estos dispositivos, como ya ha ocurrido en los Estados Unidos, donde los Centros de Control de Enfermedades (CDC), reportaron casi 3 mil casos de pacientes hospitalizados por daño pulmonar causado por enfermedades respiratorias asociadas con el uso de cigarrillos electrónicos, y al menos 68 muertes estuvieron relacionadas con el vapeo hasta el año 2020.
Por lo pronto, el vapeo infantil se ha convertido en un auténtico reto social. A pesar de los decomisos y de los llamados de la autoridad, las medidas actuales parecen insuficientes. Los operativos no alcanzan la velocidad del mercado digital y las multas, aunque elevadas para algunos comerciantes, no representan un verdadero freno para quienes encuentran en el vapeo un negocio rentable y de bajo riesgo penal.

