Sombras en la Feria de San Marcos
Agentes encubiertos detuvieron a dos presuntos narcomenudistas en la Feria de San Marcos con droga y un vehículo implicado.

La noche en la Feria Nacional de San Marcos tenía el pulso de una bomba de tiempo: alcohol barato, luces de neón, cuerpos sudorosos apretados contra el ritmo de una música que nadie escucha del todo. A las afueras, la ciudad fingía dormir. Pero adentro, en el corazón de los antros, las sombras se movían con oficio. Algunas vendían placer efímero. Otras, justicia disfrazada de anonimato.
El agente encubierto encendió un cigarro sin prenderlo. Era su tic para no hablar. Había pasado las últimas cuatro noches apostado entre el gentío, vestido como uno más: jeans rotos, chamarra de mezclilla, mirada vacía. Observaba. Anotaba. Esperaba. Sabía que el verdadero crimen no hace escándalo. Se desliza. Se mezcla. Se sonríe. Por eso siguió la pista de Favio “N” y José “N” como quien sigue el rastro de un perfume caro en un callejón sucio.
Los habían visto intercambiando pequeñas bolsas a la sombra de los altavoces. Movían la mercancía rápido, con la experiencia de quien lleva años sin pisar un reclusorio. La droga cambiaba de manos como si fueran estampitas de feria. Nadie preguntaba, nadie sospechaba. Total, en la feria todo se vende.
La noche del operativo, el cielo estaba limpio pero denso, como si presintiera el golpe. A las 2:14 a.m., sobre la calle Convención, los encubiertos cerraron el círculo. Dos agentes más se acercaron por la retaguardia. Favio iba al volante del Jetta negro, José repartía los sobres en la banqueta. Los detuvieron sin espectáculo. Apenas unos gritos sordos, el chasquido metálico de las esposas y una pregunta que no necesitaba respuesta:
—¿Creyeron que nunca los veríamos?
Dentro del coche encontraron 22 envoltorios con una sustancia granulada. Sintética. Brillante. Letal. El tipo de polvo que arruina vidas entre luces estroboscópicas. Los dos cayeron sin resistencia. Como si supieran que ya no había salida.
La calle volvió al silencio. La música de los antros seguía. A unas cuadras, una pareja discutía por celos, alguien vomitaba en una jardinera, un globo de helio escapaba al cielo. Todo seguía como si nada. Pero el agente sabía que algo había cambiado. Una línea menos de distribución, un pequeño respiro en la guerra interminable.
A veces, ganar una batalla no se celebra. Solo se registra. Y se archiva en los informes internos como una muesca más en el lado oscuro de la ciudad. El teatro de la feria seguía, pero esta noche, al menos, dos de sus fantasmas fueron bajados del escenario.