A Opinión del 10/6/25
Aumentan tarifas de taxi en Aguascalientes, evidenciando falta de visión en movilidad y dependencia creciente del automóvil particular.

Un modelo de movilidad que se quedó sin rumbo
Mientras en las grandes ciudades del mundo se avanza con pasos firmes hacia modelos de movilidad sustentable, integradora y accesible, en Aguascalientes pareciera que vamos en reversa. El reciente anuncio del incremento en las tarifas de taxi —$1.50 más en el banderazo y un peso adicional por kilómetro— no solo desconcierta, sino que evidencia una política pública desconectada de la realidad y, sobre todo, de las necesidades de la ciudadanía.
La Coordinación General de Movilidad parece más preocupada por complacer al gremio de los taxistas que por resolver la profunda crisis de movilidad que enfrentamos. En un contexto donde los servicios de plataforma como Uber, DiDi o Bolt se han convertido en la opción más eficiente y confiable para miles de personas, el taxi tradicional, anclado a un modelo operativo obsoleto y costoso, se desvanece poco a poco.
Este aumento tarifario —el primero desde 2022— pretende “compensar” a los taxistas, pero en realidad podría representar el tiro de gracia para un servicio que no ha sabido renovarse ni ganarse la confianza del usuario. El mayor ajuste, un alza del 25 % en el cobro por kilómetro, sugiere un intento desesperado por mantenerse vigente, aunque el resultado probable será la migración definitiva de más pasajeros hacia las plataformas digitales.
Lo más preocupante no es solo el encarecimiento del servicio, sino la falta de una visión integral de movilidad. ¿Qué alternativas reales tiene el ciudadano para moverse sin depender del coche propio? Prácticamente ninguna. La infraestructura para caminar es deficiente, los espacios públicos inseguros, y la red ciclista, si bien incipiente, es fragmentada y simbólica. Ni hablar del transporte público: caro, irregular y con unidades muchas veces en condiciones precarias.
Aguascalientes está construyendo una trampa para su propia población. El ciudadano común, que no puede pagar un taxi todos los días ni un coche nuevo cada cinco años, no encuentra cómo desplazarse de manera digna, segura y económica. Y mientras tanto, seguimos apostando por políticas que refuerzan la dependencia del automóvil, lo que va en sentido contrario a las recomendaciones globales sobre sustentabilidad, salud urbana y calidad de vida.
La movilidad debe ser entendida como un derecho y no como un lujo. Urge una política pública que promueva opciones alternativas: más ciclovías seguras, calles pensadas para peatones, un transporte colectivo eficiente, accesible y ecológico. Pero sobre todo, urge voluntad para dejar de complacer a unos pocos y comenzar a pensar en todos.
La movilidad del futuro no será la del taxi caro, contaminante y lento. Será aquella que le permita al ciudadano moverse libremente, sin miedo, sin sobrecostos y sin tener que hipotecar su vida por un coche.